Adiós DF, hola 1/2 CDMX

Con el cambio de nombre en la capital surgen posibilidades y responsabilidades para la CDMX.

Por Iván Valero > @ivanvalero_

Desde que el ser humano abandonó el nomadismo y decidió asentarse en ciudades, éstas han ido evolucionando como sistema de desarrollo económico, tecnológico y social con diferente intensidad según la etapa histórica. Al inicio, las ciudades eran la estructura social básica y tenían mucha más importancia que los estados, de hecho, en muchos casos, las ciudades tenían la condición de ciudad-estado. Con el tiempo, los estados fueron acumulando poder y a través de diferentes esquemas (reinos, imperios…) se convirtieron en el referente internacional hasta bien entrado el siglo XX. Hoy en día, con años de ausencia de guerras entre las grandes potencias, esa competencia entre estados está perdiendo su importancia frente a la competencia entre ciudades. Con el mundo en calma se está regresando a ese esquema inicial, seguramente porque es el más natural de todos.

Como sugiere Josep Centelles, quien se dedica a la formulación de estrategias de desarrollo económico, tanto la flexibilidad territorial como la diversidad económica, empresarial, cultural y social de las ciudades, en contraste con la rigidez de las fronteras y la lentitud y dificultad para reformarse de los estados, dan a las ciudades una capacidad competitiva mucho mayor en el mundo globalizado.

En este escenario, hay dos grandes formas de competir como ciudad. Por un lado, la más visible y eficaz a corto plazo es la adquisición de los grandes eventos internacionales de tipo deportivo (Juegos Olímpicos, Fórmula 1…), musicales (Primavera Sound, Corona Capital…), de tecnología (Mobile World Congres, Light & Building…), etc. Generalmente requieren una gran inversión que está más orientada a satisfacer las necesidades de los organizadores que de la ciudadanía, aunque hay buenos ejemplos de ciudades como Barcelona o Seúl que supieron aprovechar esos eventos para ayudar el desarrollo de su propio proyecto. La otra forma de competencia se basa en la innovación propia y específica de laciudad, que la diferencie y la posicione. Ésta segunda forma sí que suele mejorar la calidad de vida de los ciudadanos y acaba siendo más sostenible. Puede ser desde un sistema de transporte eficiente como el de Londres o Tokio, un sistema educativo que busque la excelencia como el de Boston o Melbourne, o una gestión medioambiental pionera como los casos de Malmö o Copenhague. Cada ciudad decide cuál es su apuesta (o sus apuestas) y desde ahí tratan de crecer. En ambos escenarios, se requieren constantes reformas y gobiernos fuertes y decididos a seguir planes estratégicos de competitividad a medio y largo plazo, lo que generalmente es difícil de lograr con los esquemas de gobierno tradicional. Por ello, la posibilidad de refundar una ciudad es una oportunidad histórica ya que permite sentar las bases de su desarrollo orientado precisamente en competir en las mejores condiciones en este nuevo escenario global.

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El Distrito Federal se va a refundar, y por tanto tendrá esa oportunidad histórica que el resto de competidoras, por ahora no tienen previsto llevar a cabo. Con la refundación, el Distrito Federal ahora es la Ciudad de México. “Adiós DF, hola Ciudad de México” dicen los anuncios promocionales ¡CIUDAD! ¿Ciudad?

Sí, el territorio que antes se llamaba Distrito Federal ahora se llamará Ciudad de México. Pero pese a la interesante elección del nombre, no parece que uno de los objetivos prioritarios de la reforma sea adaptarla a este ambicioso escenario global si no que más bien serán unos cambios relativamente superficiales en el estatus administrativo del antiguo territorio DF. Llama la atención que se haya optado por llamar “Ciudad” a una superficie de la cual, la mitad es terreno rural (una de las acepciones de ciudad es todo lo opuesto a lo rural) mientras la otra mitad solo representa una parte de la mancha urbana conocida como Zona Metropolitana del Valle de México (ZMVM).

Precisamente, la nueva CDMX tendrá una frontera que cortará en dos esa mancha urbana, un límite rígido que minimiza esa flexibilidad de la que habla Centelles y que hace a las ciudades ser más competitivas respecto al modelo de estado. ¿Tiene sentido, entonces el nombre de “Ciudad” de México?

Las fronteras, por más administrativas que sean, siempre son zonas de conflicto, de fricción, de choques de legalidades y sobre todo de alegalidades, más aún cuando existen fuertes desigualdades o fuertes diferencias políticas entre los dos lados. El hecho de que la frontera esté en un entorno urbano central, solo hace multiplicar las posibilidades de conflicto. Podrán decir que esa frontera ya existe hoy, y es cierto, pero precisamente, la reforma es una gran oportunidad (por no decir única) para disolver esa frontera o al menos, sentar las bases para una paulatina disolución.

Hace unos días, la periodista Carola Solé escribía en el diario Ara sobre el municipio de Ecatepec, que definía como “la Juárez silenciosa” en referencia a las exageradas cifras de mujeres asesinadas. Cifras mucho más altas que las de la época negra de Ciudad Juárez. Esa Ecatepec violenta de la que habla Solé está separada de la Ciudad de México por una calle, una simple calle; la cruzas y pasas de una de las ciudades más importantes y cosmopolitas de América Latina a un municipio donde ser mujer es prácticamente una sentencia de muerte. Esos cambios de ciudad con un simple cruce de calle con consecuencias similares también ocurren en el resto de las zonas de frontera como Naucalpan o Nezahualcóyotl.

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Terminar la nueva Ciudad en el actual límite del DF, dejando fuera a Ecatepec y el resto de municipios de la ZMVM logrará que se pueda presentar la Ciudad de México con unos índices de riqueza, escolaridad, seguridad, etc. más o menos aceptables pero esos datos serán ficticios porque están tapando parte del problema, ignorando la otra mitad de ciudad contigua, esos problemas no desaparecerán, si no que probablemente se agravarán. Esa división administrativa de lo que sí es ciudad (de México), segregando la parte mala de la urbe de la buena (o la menos mala, según a quién preguntes) sería tan absurdo como establecer un perímetro para la CDMX que agrupara las delegaciones centrales más ricas, dejando fuera las demás. En ese escenario hipotético, podríamos decir que esa superficie a la que estamos llamando ciudad sería rica y próspera, aunque alrededor seguiría habiendo inseguridad y miseria. Llamar ciudad sólo a la parte que nos interesa y dejar el resto como problema de otro es un autoengaño. Independientemente de a qué llamemos ciudad, los crímenes de Ecatepec y el resto de conflictos seguirán apareciendo en las secciones de internacional de diarios de todo el mundo y ellos, generalmente vinculados a otra ciudad en competencia, no dirán que Ecatepec es algo diferente a la Ciudad de México. En el escenario de competencia entre ciudades, la propaganda optimista interior no tiene ningún valor, lo que importa es la imagen que se proyecta al exterior, y aquí hay demasiados ojos objetivos y escépticos que dificultan el maquillaje de la realidad.

Hay algo que sugiere la reforma que considero un acierto. La transformación del sistema de delegaciones en uno de municipios, incluyendo la posibilidad de dividir las de mayor tamaño, abriendo la posibilidad de acercar el gobierno local al ciudadano. Actualmente, el 50% de los habitantes del mundo vive en ciudades y la tendencia es creciente para los próximos años. Sin embargo, el otro dato relevante es que dos de cada tres personas vive en las llamadas ciudades intermedias, paradigma de la eficiencia en la gestión, productividad y calidad de vida y aparentemente el modelo más adecuado para el desarrollo urbano sostenible.

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La capital mexicana ya no puede ser una ciudad intermedia, pero en cambio puede aproximarse a ese esquema de funcionamiento aprovechando la reforma para tratar de gestionarse como una constelación de municipios, tal y como propone el arquitecto y urbanista Carles Llop. Un sistema que acerque el poder local al territorio próximo, pero que no deje de funcionar como una red interconectada. Fortalecer las partes y fortalecer el todo, planificar estratégicamente manejando el zoom in y el zoom out.

Es muy importante tratar de aprovechar la reforma para construir la Ciudad de México completa. Por un lado, fortaleciendo la estructura metropolitana con el objetivo de dotarla de poder suficiente para reducir al máximo las desigualdades y planificar las infraestructuras estratégicas de seguridad, movilidad y abasto en la gran escala al estilo del Great London, mientras que por otro, que el poder municipal se aproxime a los ciudadanos y sea capaz de dar respuestas más precisas a sus necesidades. Obviamente, eso implica una cesión de poder en pro de una administración metropolitana con las previsibles complicaciones políticas, pero no hacerlo, significa que solo tendremos media CDMX y la brecha entre las dos mitades será cada vez mayor.

Precisamente para este tipo de situaciones donde las luchas partidistas y el tacticismo político a corto plazo chocan frontalmente con las necesidades estratégicas de la ciudad y limitan sus posibilidades de desarrollo, se hace imprescindible la figura del City Manager, que da nombre a la revista que en este primer número presentamos. Una figura que separa la parte política (Alcalde) de la administrativa (City Manager), que pese a depender del primero, debe tener la suficiente personalidad e independencia para centrarse en alcanzar los objetivos estratégicos de la ciudad, independientemente de las consecuencias para los partidos, alcaldes, los consejos o cualquier otra entidad política.

El Distrito Federal va a pasar a llamarse Ciudad de México, se definirá una asamblea llena de legisladores y se cambiarán algunas herramientas de gestión económica, pero si además de tener el nombre, la aspiración es pasar a ser La Ciudad de México y competir de tú a tú con el resto de grandes capitales del mundo, es imprescindible entenderla como tal y gobernarla como tal, definiendo un modelo claro en el que las desigualdades, la inseguridad, la falta de agua, etc. tiendan a cero en todo el conjunto. Mientras tanto, la llamemos como la llamemos, sólo tendremos media Ciudad de México. Quizá el proyecto de City Manager sea una solución sobre la que podemos empezar a pensar.

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