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Ensanche de Barcelona

La tensión política entre Cataluña y España o más específicamente entre Barcelona y Madrid que se vive hoy en día viene de muy lejos y tiene que ver, principalmente con la capacidad de autogobierno que aspiran a tener unos y la que están dispuestos a ceder los otros. Pero no deja de ser irónico que si hoy Cataluña y Barcelona son uno de los mayores referentes urbanos del mundo es gracias, precisamente, a una intromisión de Madrid en una decisión catalana.

En el concurso para el plan maestro de las propuestas participantes quedaron a un lado para que el proyecto que ya venía trabajando Ildefonso Cerdá, con el apoyo del gobierno central, fuera aprobado después de más de un año de discusiones con el municipio. Es imposible saber qué habría pasado si finalmente se hubieran llevado a cabo el proyecto de Antoni Rovira i Trías, ganador del concurso, o cualquiera de los otros participantes pero lo que sí sabemos es que el ensanche de Barcelona que planeó Cerdá logró dinamizar la economía barcelonesa (y catalana( de una forma nunca vista hasta entonces, de tal modo que se ha convertido en un referente internacional de crecimiento urbano y ha sido capaz, más de 150 años después de absorber la aparición del coche y un enorme aumento de la densidad sin dejar de funcionar y ser exitoso.

El gran triunfo del Eixample es una simplicidad aparente, pues está cargado de complejidades. Se trata de una retícula ortogonal en la que encajan islas de cien por cien metros giradas cuarenta y cinco grados respecto a los puntos cardinales y con chaflanes en sus cuatro esquinas, eso sí, orientadas norte-sur y este-oeste, que permite minimizar las fachadas expuestas a la mejor y peor orientación y maximizar las fachadas con una orientación intermedia, en uno de los primeros ejemplos de democratización del acceso al sol. Esto se completaba con el reparto igualitario de la infraestructura pública, reservando el suelo necesario para que cada distrito contara con mercado, iglesia, escuelas, etcétera.

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La retícula infinita permitía extender el modelo por toda la planicie de Barcelona y conectar la ciudad medieval con los pueblos vecinos, hoy convertidos en barridos y que sólo se ve alterada por algunas diagonales, dos de ellas alineadas con los chaflanes y por tanto con los meridianos y paralelos del planeta, de ahí sus nombres; avenida del Paralelo y avenida Meridiana. La tercera y más importante, la avenida Diagonal, que cruza toda la retícula y crea el que para Cerdá era el gran centro de la ciudad, la plaza de las Glorias, en su cruce con la Gran Vía. Pero Cerdá se equivocó. Si es que existe un centro neurológico en Barcelona está más próximo a la ciudad previa al ensanche que a esa gran plaza, que ahora mismo está siendo una vez más remodelada, en el enésimo intento de aprovechar el potencial urbano que en su día imaginó su autor y que ninguna de las intervenciones anteriores ha logrado.

Ese gran centro no fue la única parte del plan que no se ha desarrollado como Cerdá había planificado. Las islas (cuadras) originales sólo prevenían edificar dos de sus lados, dejando el interior de las islas como parque público, que conectado al de las islas vecinas, generaba unas secuencias de parques lineales que se extendían por la retícula. Finalmente las necesidades de densidad llevaron a edificar las cuatro fachadas y hoy en día son anecdóticos los interiores de isla que cuentan con acceso público.

Con el plan de ensanche aprobado y la polémica superada, no fue inmediata su implementación. El modelo de reparcelación que implicaba alterar la propiedad privada generó muchas dudas en un inicio, pero una vez arrancó demostró lo que Juan Clos repetía constantemente en Habitat III, que el coste de la urbanización es mínimo comparado con los beneficios que aporta. Y así fue, la burguesía ctalana, que mayoritariamente se había enriquecido con la industria textil empezó a invertir en el incipiente negocio inmobiliario construyendo edificios en los que se reservan una planta para vivir y rentaban el resto. Ese modelo de negocio explica por qué los primeros edificios del Eixample tienen una tipología similar, con una planta baja noble, muy ornamentada y que se va simplificando conforme se asciende. Al no haberse inventado para entonces el elevador, el nivel social lo indicaba lo cerca que estabas del nivel de calle y por tanto las calles altas se quedaban en los primeros niveles mientras que las clases más bajas tenían que subir a pie todos los escalones. Es común encontrar edificios donde el primer nivel es un gran palco hacia la calle, donde la burguesía se sentaba a disfrutar del nuevo y ampliado acontecimiento urbano.

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Esos nuevos edificios que empezaban a llenar la periferia de la antigua ciudad amurallada, además de un negocio para sus propietarios convertían en la expresión de poder y estilo de cada una de las familias, de forma que no tardó en convertirse en una especia de competición estética que nos deja uno de los barrios más hermosos de recorrer y una confluencia única de arquitectura modernista. Y en ese sentido, el arquitecto que más trascendencia ha tenido es, sin duda, Antoni Gaudí.

El modelo de crecimiento urbano fue un éxito hasta que la excesiva densidad urbana, la congestión vial y la aparición de nuevos barrios desconectados en los años setenta del siglo pasado, dieron pie a una estrategia urbana orientada al transporte que buscaba, como en los primeros ideales del Eixample, democratizar la vida en la ciudad.

Actualmente, como dice Josep Llinás, Barcelona ya está «acabada». Queda poco que hacer y la estrategia urbana pasa por reinventar usos, como el reciente proyecto de la SuperIlla.

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