#CiudadaníaAntesQueCiudad

Sergio Roldán Gutiérrez

sergio@sergioroldan.com / @SergioRoldanG

La ciudad improvisada, informal, absolutamente desmedida, irresponsable, irrespetuosa, sin control, con los mínimos básicos elementales en debe y la población reclamando derechos que no se ha ganado, dejando por sentado que no tiene obligación alguna.

Ese es el reflejo de la América Latina, un escaso 30% de sus territorios urbanos planeados y una desarticulación absoluta con la ruralidad. En 1968 el filósofo francés Henri Lefebvre publica el derecho a la ciudad como una denuncia a lo que sería una ciudad en el futuro próximo, conurbada y densamente poblada, pero solo diez años después, producto de una reunión mundial de ciudades denominada Hábitat I con sede en Vancouver las naciones unidas crean la ONU-Hábitat preocupados por las migraciones masivas provocadoras del crecimiento acelerado en las zonas urbanas. Esta misma institución anuncia una cifra lapidaria en la que se debería estar trabajando desde antes de Lefebvre: el 65% de la población del mundo vivirá en las ciudades al 2050, con el agravante que en este lado del mundo ya pasamos por ahí hace algunos años, solo en México ya va llegando al 80%.

Desde hace casi diez años he venido trabajando en diferentes lugares de Latinoamérica promoviendo la construcción de #CiudadaníaAntesQueCiudad como el remedio para esta sobre población de las ciudades y es que no hay otro camino, ya todos somos nacionales del mundo, ya no hay vuelta atrás en temas de sobre población. Pero ¿Qué hacer con las ciudades? No existen ciudades sin ciudadanos, es urgente la inversión en los cerebros, la formación de ciudadanos para que construyan las ciudades, pues si se siguen construyendo las ciudades sin la participación de quienes las habitamos, de acuerdo a lo que el que gobierna piensa que será más conveniente, el efecto será más que obvio: el que vive cotidianamente ese territorio intervenido lo destruirá para adecuarlo a su necesidad. Si no se construye ciudadanía primero, el ciudadano destruye la ciudad, hay que formarlo para que la construya, la apropie y la cuide, pero para eso es necesario primero invertir en lo que no se ve, en lo esencial.

“No existen ciudades sin ciudadanos, es urgente la inversión en los cerebros”.

La ciudad es accesoria, el ciudadano es lo principal. Existe una máxima del derecho privado que dice que lo accesorio sigue la suerte de lo principal, traslapado a este contexto, la ciudad será lo que sus ciudadanos sean, esto es, de la estructura, atención y respeto que posea el ciudadano que la habita, estará contenida la ciudad. A cada sector que trabajamos, en el que hicimos intervenciones con la participación de sus pobladores hubo un resultado positivo en la apropiación y posterior mantenimiento, puesto que fue construido con ideas, dineros, esfuerzos y necesidades de todos. La ciudad impuesta es un irrespeto al ciudadano, no en vano los 175 puntos compiladores de la nueva agenda mundial que entregamos el 10 de octubre de 2016 en la reunión del Hábitat III en Quito manifiesta el derecho a la ciudad como el nuevo derecho humano fundamental común a todo el orbe, ratificando el documento publicado en el 2011 por las ciudades y gobiernos locales unidos del mundo, en Florencia – Italia tras más de cinco años de redacción. La ciudad como forma, el ciudadano como fondo. Construir ciudadanía antes que ciudad por el derecho a la ciudad, por la reducción con tendencia a cero en discriminaciones de género, edad, raza, etnia u orientación política y religiosa, por la preservación de la memoria y la identidad cultural. La fortaleza está en la diferencia.

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Sin embargo, un fenómeno ha hecho que se vengan abajo kilómetros de patrimonio arquitectónico en las grandes ciudades que se remplazan por edificios retorcidos e invasivos con la finalidad de transmitir un ambiente actualizado y post moderno, que se invierta en la construcción de grandes autopistas y pequeñísimas banquetas, que se tengan grandes dotaciones de aparatos tecnológicos para la automatización urbana, en fin, hasta ahí, digamos que es parte de la evolución. El mundo avanza rápido y hay que estar al día en todo, pero, gran parte del éxito de cada desarrollo está dado por la experiencia y la precisión de grandes personas que previeron lo que podría suceder y sin más argumento que el de los años vividos se intervenían los procesos. De nuevo los ciudadanos no asisten a estas decisiones de transformación y cada vez más hacemos que estos territorios cambien irresponsablemente, al punto que no pasa una sola generación sin añorar lo que había, como si se hubiera hecho un retoque estético que deja en evidencia a mala mano del cirujano.

Terminamos viviendo todos en estas ciudades enfermas de América Latina, ansiosas de reconocimiento, que se lipoesculpen y se implantan un par de tallas más, que se estiran las arrugas y se tiñen los cabellos blancos, que no son otra cosa que el reflejo de sus gobernantes, que en estos tiempos deberían estar invirtiendo en los cerebros para establecer una belleza eterna y duradera, sana, limpia, en vez de propiciar una apariencia efímera que queda en evidencia cuando después del enamoramiento por tan deslumbrante belleza, nace el primer hijo y queda claro que no era cierto nada, por qué los genes siguieron intactos.

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Las ciudades no pueden tener un patrón que se reproduce igual en todo el mundo, son los ciudadanos los que tienen que darle el valor diferenciador al territorio, los que resaltan el folclor, la categoría típica y viva de la cultura, a eso es a lo que llamamos #CiudadaníaAntesQueCiudad a la capacidad de conservar la diferencia, a la tendencia a mantenerse a pesar de las modas que proponen modelos de ciudades idénticos, sin respetar su contexto y su geografía, sin conocer los sueños de sus pobladores. Hoy la invitación es por el reconocimiento a la cultura urbana de la República Mexicana, adorada y anhelada por el mundo entero y menospreciada y destruida en gran parte por el mismo país.

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