La dinámicas contradictorias en las ciudades metropolitanas o la urbanización sin ciudad y la ciudad sin igualdad ciudadana

Segunda parte del escrito redactado por Jordi Borja sobre el urbanismo frente a la ciudad actual.

Colaboración especial: Jordi Borja

En la primera parte, publicada en el anterior número de City Manager, Borja expuso que la ciudad es un proceso y en ella se establecen dialécticas complejas entre tendencias contradictorias y una diversidad de actores. En este nuevo texto se exponen las tendencias que son disolutorias de la ciudad y que reducen los derechos de ciudadanía de la mayoría de la población.

  1. La urbanización extensiva y el efecto de escala.

Es en estos espacios lacónicos en los que se manifiesta la miseria ciudadana de gran parte de las periferias metropolitanas. Históricamente las ciudades han generado espacios centrales y otros marginales, zonas de ricos y dotadas de infraestructuras y servicios y otras de pobres, con grandes déficits en las viviendas y los equipamientos, entornos protegidos y otros no. Pero existía continuidad del hábitat, distancias cortas entre unos y otros, mezclas inevitables. Hoy las poblaciones atomizadas, segregadas y aisladas respecto a la ciudad compacta y compleja, viven en tierra de nadie, difícilmente pueden sentirse reconocidos como ciudadanos. El efecto de escala genera una específica injusticia espacial.

     2.  La ciudad central, compacta y excluyente.

Es la cosificación o reificación de la ciudad, un objeto que nos es ajeno a pesar de que existe porque nosotros la hacemos y la vivimos pero no la poseemos. Es la alienación urbana, el sentimiento de desposesión de los ciudadanos. Las áreas centrales expulsan a los sectores populares o dejan que se degraden y se consideran lugares malditos, criminalizados. Los centros se museifican y turistizan, o se convierten en caricaturas de Manhattan, torres de oficinas y comercios globalizados. Las zonas residenciales, securizadas y bien cuidadas se reservan a sectores altos y medios acomodados, que tienden a mantener su exclusividad.

La ciudad se desvitaliza, al perder su heterogeneidad, la mezcla social y funcional, pierde su razón de ser. Los ciudadanos han perdido su relación con la ciudad, se les ha desposeído de ella.

  1. Degeneración de la arquitectura y el urbanismo.

Los profesionales cómplices de los procesos citados actúan como si fueran inimputables, irresponsables, sin ética ciudadana y sin compromiso social, ejercen en la impunidad. Remodelan conjuntos a sabiendas que expulsarán a la población residente, priorizan la circulación de los automóviles y empobrecen el espacio público, diseñan conjuntos cerrados para que una parte de la población se autoexcluya en fortalezas que solo pueden generar incomunicación y agresividad. El caso extremo es el de los arquitectos divinos que desprecian el entorno social y ambiental y “crean su obra” cuyo destino son las revistas de papel couché y producen artefactos singulares para bobería de alcaldes y directivos de grandes empresas.2

  1. Desigualdad social e injusticia espacial. 3

Hay sin duda alguna una relación directa entre desigualdad social y exclusión urbana. La crisis actual lo ha acentuado. Los sectores populares y gran parte de los medios han visto reducido sus salarios y sus ingresos. También los servicios colectivos en parte se han privatizado.

  1. Una hermosa metáfora de ciudad es la definición de puente de Cortázar: “un puente es un puente cuando alguien lo atraviesa”. La ciudad es la gente, is the people (Shakespeare), o más expresivamente: la gente en la calle.
  2. Koolhaas, sin duda un gran arquitecto-artista ha teorizado este rol. Calatrava es uno de los casos más escandalosos. Produce grandes obras urbanas desmesuradas que buscan la presuntuosa aparatosidad a costa del presupuesto público. Ver los trabajos críticos de Graciela Silvestre, “Un sublime atardecer. El comercio simbólico entre arquitectos y filósofos.” (Punto de Vista, Buenos Aires 2002). Ver también los textos de crítica de la arquitectura urbana en “El Proyecto del Espacio Público” en la obra colectiva Ciudades, una ecuación imposible, op.cit, 2012) y la obra de Llàtzer Moix “La arquitectura milagrosa” (Barcelona, 2010).
  3. Ver Bernardo Secchi “la ciudad de los ricos y la ciudad de los pobres” (Catarata, Madrid 2015, original en italiano 2013). Secchi declara desde el inicio: “La tesis principal de este libro es que las desigualdades sociales son unos de los aspectos más relevantes de lo que denominó “nueva cuestión urbana”.
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y casi siempre son muy deficitarios en las zonas urbanizadas sin ciudad. El trabajo se ha precarizado, ha aumentado considerablemente la desocupación (el “ejército de reserva de mano de obra”) y cuando más se necesitan los programas de protección social el sector de población más vulnerable vive o se refugia en viviendas de mala calidad y lejos de las ciudades centrales donde hay actividad y servicios.4 La injusticia espacial refuerza la exclusión de gran parte de los sectores populares e incluso, en menor grado, de los medios. Se produce pues un plus de explotación, directa por medio de la precarización5. Y explotación indirecta al reducirse drásticamente el salario indirecto por medio de la exclusión socio-territorial (vivienda, transportes, fractura digital, educación, sanidad, desconexión de la sociedad activa e integrada, etc.).

La reducción de la reproducción social es la otra cara de los altos beneficios del sistema financiero.

5 Capitalismo especulativo y deterioro del capital fijo y del capital social.

El capital financiero busca beneficios a corto plazo y no establece vínculos con el territorio y la sociedad locales. El dinero debe producir más dinero, no importa lo que se produce, lo que se vende, lo que vale es la especulación cortoplacista. Lo cual conlleva abandonar las actividades tradicionales, sean agricultura, comercio o industria. Tampoco se invierte en renovación de las actividades económicas, se abandona el capital fijo y social acumulado, las infraestructuras, los conocimientos, las habilidades sociales, las potencialidades de las nuevas generaciones. En nombre de la “competitividad” se degradan el territorio y las condiciones de vida de la población (si no es inmediatamente lo es a término medio). El uso del término “competitividad” aplicado al territorio es absurdo, es volver a épocas anteriores al neolítico o a tribus muy primitivas que cultivan mediante quemar el humus de la tierra. Ahora en vez de quemar tierra se construyen edificios para nada y para nadie.

6 Regresión social: los servicios públicos colectivos o de interés general.

La construcción del “welfare state” se inició muy tímidamente en los años 30 en los países europeos más desarrollados y en Estados Unidos. Fue una reacción a la crisis económica y por la fuerza reivindicativa de las clases trabajadoras. Pero fue después de la guerra mundial, a partir de 1945, que se desarrolló ampliamente: educación y sanidad pública, programas masivos de vivienda social, transportes accesibles a las clases populares, protección social (pensiones por edad, desocupación, etc.) y otras medidas, pero nunca del todo generalizadas. Nunca se construyó del todo, especialmente en América y en los países mediterráneos. Las políticas neoliberales iniciadas en los años 80 y la crisis de inicios de nuestro siglo han provocado una regresión social que costará mucho de recuperar. Los servicios básicos considerados “comunes” como el suelo, el agua, la energía (gas, electricidad) y el aire (contaminación) se vuelven mercancía, objeto de especulación, incluso de acceso restringido.

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Los servicios urbanos de interés general, como la educación, la sanidad, la protección social (pensiones), los transportes urbanos y metropolitanos, tienden a privatizarse y se mantiene un sector público para las personas de bajos ingresos. Un retorno al pasado, la dualización: servicios públicos (o concesionados) de mala calidad para los “pobres” y servicios onerosos para sectores medios y altos. Como escribió proféticamente en sus memorias la periodista y ex ministra liberal progresista Françoise Giroud “nunca he confiado en el progreso moral de la humanidad pero si en el progreso social, ahora dudo mucho de ello”.

7 El mal gobierno del territorio.

Las políticas públicas estatales actúan sectorialmente, mediante los ministerios y sus delegaciones, las agencias especializadas y las empresas concesionarias. Pero en el territorio y en las ciudades se requieren actuaciones integrales, tanto si se trata de intervención pesada (infraestructuras, equipamientos, viviendas, espacios públicos) como de servicios directos a las personas (educación, sanidad, cultural etc.). Los gobiernos locales están, en teoría, más capacitados para el planeamiento y la gestión integrales. Pero no están capacitados para ello. No solo por no tener las debidas competencias y recursos. Pero además por la inadaptación de las estructuras político-administrativas y de relación con la ciudadanía.

Las ciudades metropolitanas son plurimunicipales, se requiere un gobierno electo a este nivel para dar coherencia a los planes y proyectos urbanos y para unificar la fiscalidad y aplicar políticas redistributivas. Y por la base descentralizar una parte de la deliberación y de la gestión a entes de distrito o grandes barrios y ámbitos relacionales con los ciudadanos. Ahora los gobiernos locales por opacidad, incapacidad, incompetencia o complicidad actúan en función de las presiones de actores diversos, públicos o privados, y también clientelares.

  1. Los “desechables”.6

Hay sectores de la población que hoy en nuestras ciudades están desprovistos de derechos e incluso al límite de la supervivencia. Los más vulnerables son los inmigrantes sin los debidos “papeles” (derecho de residencia y de acceso al trabajo formal), los refugiados que huyen de guerras y del hambre, los que han perdido trabajo y vivienda, las familias ampliadas que sobreviven de una pensión de jubilación o de la asistencia social y sin ningún ingreso procedente del trabajo, los que viven aislados y en situación laboral muy precaria o desocupados, etc.

Hay una población que vive en situación de alto nivel de pobreza, al límite del hambre, de no poder pagar ningún servicio básico (agua, electricidad, transporte, etc.), ni la vivienda, sin esperanza. Esta población varía por países pero puede oscilar entre el 10 % y el 30%. Pero hay sectores que aunque estén situados en condiciones mejores han visto como se degradaba su vida. Una gran parte de las mujeres han visto que además de trabajar más o menos fuera de casa (a veces son las únicas que obtienen ingresos monetarios) deben asumir las tareas familiares la atención a las personas dependientes (niños, viejos, enfermos, discapacitados, etc.).

Los que perdieron el empleo y no tienen esperanza de tener alguno, los desocupados para siempre, sin ninguna expectativa positiva. Los jóvenes, que nunca vivirán como sus padres, con pocas posibilidades de trabajar en actividades propias de su formación y sin poder imaginar un futuro mejor. Las ciudades son el lugar del cambio, del progreso, de la ilusión. ¿Pero ahora pueden serlo?

  1. El miedo y la inseguridad.
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El miedo y la inseguridad han sido instrumentos de control social, de consenso pasivo, de pensamiento único, de que no hay otro futuro que el presente. Se mitifica y se naturaliza la economía de mercado salvaje, la Constitución interpretada en sentido regresivo, el bipartidismo oligárquico como expresión de la democracia, el enriquecimiento como valor positivo aunque sea mediante la lotería inventada o la habilidad especulativa.

El miedo a perder el trabajo o la vivienda, a tener una pensión digna y una vida futura aceptable para los hijos, a poder ser atendido o no por la sanidad pública, etc., se sublima ante la hipotética inseguridad ciudadana, a pesar de su escasa peligrosidad. El uso del miedo por parte de los gobernantes es la negación de la democracia, se usa para suprimir el conflicto, negar la posibilidad del cambio, garantizar que no hay alternativa. Es negar a los ciudadanos la capacidad de ejercer su derecho básico: elegir otra cosa, otro camino, otro gobierno, otra política.7

  1. La pérdida de noción de ciudadanía.

Hay obviamente una relación directa y dialéctica entre ciudad y ciudadanía. La ciudad es el ámbito de ejercicio de los derechos y deberes ciudadanos. La ciudad condiciona pues este ejercicio. Como hemos visto a lo largo de este trabajo la ciudad actual limita la ciudadanía, excluye a una parte de la población, reduce los derechos de otra parte, pretende negar a todos la esperanza del cambio. Las dinámicas urbanas negativas que hemos expuesto ponen en cuestión las posibilidades de la democracia.

Como hemos dicho al inicio que la ciudad es más proceso que estructura. Lo mismo ocurre con la democracia. De la misma forma que la ciudad existe en la medida que se transforma lo mismo ocurre con la democracia. Ésta exige no solo el ejercicio de los derechos, también requiere transformar el ámbito de este ejercicio. Los derechos se confrontan con el marco físico y político-jurídico de la ciudad y del Estado. El Derecho primero libera, luego oprime. Los derechos se confrontan con el Derecho. O dicho de otra forma: “el derecho a tener derechos”.8

  1. La reducción de la masa salarial era un objetivo de los organismos financieros, como el FMI y de las clases capitalistas. Lo mismo con los servicios públicos propios del Estado del bienestar. La crisis actual ha sido utilizada para rebajar tanto el salario directo, producto del trabajo, como el indirecto (vivienda y servicios).
  2. Ver Guy Standing, “El precariado” y la reciente “Carta al precariado”.
  3. Término usado en Colombia aplicado a las poblaciones de los barrios informales, a su vez denominados “barrios subnormales”. La población así denominada puede representar entre un tercio y la mitad de la población de las grandes ciudades), los excluidos o los que no pueden ejercer gran parte de sus derechos.
  4. Karl Popper, un pensador no precisamente progresista, definía la democracia no tanto por el derecho a elegir el gobierno, sino por el derecho a echar fuera al gobierno actual. []
  5. 8.“Il diritto a avere diritti”, título de la obra del destacado jurista italiano Stéfano Rodotá (2012).

 

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