Caltongo, una metáfora prehispánica

Cuando empecé a colaborar en la reconstrucción después del sismo del 19S en el pueblo originario de San Gregorio, Atlapulco unos de los más afectados, en ese ir y venir del camino al pueblo me sorprendí al encontrarme con una calle que me recordó a esas imágenes que se ven en los museos o libros de historia “La Gran Tenochtitlán”, una calle con una calzada de tierra y una calle de agua en sus laterales a los cuales se alineaban las construcciones donde habitaban los pobladores, esa calle que me sorprendió enormemente recibe el nombre de NUEVO LEÓN que empieza en el mercado de Xochimilco y termina en el deportivo de San Gregorio Atlapulco.

En el imaginario colectivo y en las referencias de ubicación la calle Nuevo León solo coincide con el tramo del mercado a la calle Violeta y el resto se conoce con el nombre de Caltongo, que significa agrupamiento de casas en chimamitl (casas construidas en tule y carrizos), que en vez de corresponder a un agrupamiento central o alrededor de, se entendía como un agrupamiento lineal camino a y precisamente ahora sigue siendo eso una de conexión de un lugar a otro.

Lo sorprendente de allí es como los que habitan el lugar y lo recorren diariamente por el hecho de ir a trabajar o a estudiar, los que viven la rutina diaria año tras año dejan de percibir esta grandeza que tiene el escenario; un camino de tierra mezclado con un camino de agua, con construcciones, con áreas de cultivos y comercio que se funden en el mismo espacio donde no existe límite entre lo urbano y lo rural.

También te puede interesar:  Las tres ecologías

Pero cuando el hecho es una visita a los embarcaderos o ir a Tlayecapan y simplemente pasar por ahí ese escenario se vuelve en algo sorprendente en algo que no crees encontrar en la ciudad y si te dejas llevar, esta calle te invita a regresar de nuevo, pero no solo a pasar por allí sino a detenerte, te bajas del coche o del camión (pesero) que en su letrero de ruta dice San Gregorio Centro, caminas, regresas en la bicicleta y ya no solo ves el escenario; lo hueles, lo empiezas a descubrir en cada esquina y sientes el olor del agua en unos tramos agradable en otros no tanto.

Y relacionas los aromas con los cultivos y las construcciones, si hay cultivos se siente el olor a campo, esa fragancia que nos recuerda las salidas con los abuelos al rancho, a las vacaciones, a los momentos felices con los primos y entonces uno comienza a percibir un olor muy agradable. De repente si el paisaje que nos acompaña es de construcciones se viene a nuestra cabeza esa metáfora de ciudad periférica contaminada, la imagen del agua negra, la basura; el recuerdo se hace presente en la memoria con el olor a cañería, a agua estancada y el paisaje ya no es tan agradable.

También descubro las esquinas como en unas se abre a más canales y el agua parece infinita y otras en que simplemente parece un gris de tabiques de nunca acabar recordándome a cualquier zona periférica de la ciudad y me pregunto ¿cómo puede cambiar el paisaje en unos pocos metros?, ¿como en este cambio los sentidos me llevan a percepciones completamente diferentes?

Entonces mi visión del recorrido cambia, ya no soy una turista ahora soy una arquitecta que se pregunta por qué en algunos lugares me detengo y otros no, observo los escenarios y reflexiono, me doy cuenta de algo, de que no solo son los cultivos lo que cambia la percepción del recorrido, si es el atrás de la construcción, o si es la fachada. La respuesta a la fachada dando su frente al canal se asemeja a una mujer que se maquilla para lucir mejor y si es la parte de atrás la que da al canal esta es completamente olvidada llenándola de muros o de cosas que ya no usan.

También te puede interesar:  Recuperación existosa de espacios públicos

De nuevo recuerdo esa imagen del libro de historia y me imagino esta calle de CALTONGO con su calzada de piedra y su calle lateral de agua primero de una lado y luego del otro con canoas circulando por ella como alternativa de transporte público en la unión de estos dos puntos o simplemente como medio de transporte interno de barrio como un bici – taxi o un moto – taxi.

Luego me imaginó esa esquina con el agua y los cultivos al infinitito y a las otras con esos arreglos que llevan las calles de Xochimilco, sus arcos enmarcados con flores, el mismo de las trajineras, el de muchos colores y que trae consigo sus olores aunque sea solo una imagen pero que una vez más tiene el poder de evocar olores y sensaciones táctiles de texturas a través de los recuerdos.

Y con esa imagen los deja hoy La Rojeña invitándolos a que los que recorren a diario esta calle se dejen asombrar o vuelvan a sorprenderse por su recorrido diario y a los que no la conocen aún se atrevan a ir para evocar recuerdos y experimentar lugares nuevos que no van a tener la oportunidad de ver en otra parte de esta gran ciudad.

Leave a Comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*