Esta ciudad italiana se ha convertido en el vivo ejemplo de la masificación del turismo, perdiendo habitantes y aumentando las herramientas para la invasión de los visitantes y sus efectos secundarios.
Por Iván Valero > @ivanvalero_
Cuando Ada Colau llegó a la alcaldía de Barcelona, una de sus primeras medidas fue lo que muchos definieron como una “guerra al turismo”, que se basaba en bloquear la emisión de nuevas licencias hoteleras, paralizar las que estaban en tramitación, clausurar decenas de apartamentos turísticos y aumentar la presión sobre webs orientadas a alojar turistas como Airbnb . Muchos se llevaron las manos a la cabeza interpretando que se estaba atacando la principal fuente de ingresos de la ciudad, pero lo cierto es que el gobierno Colau había sabido leer los síntomas de los efectos secundarios que el turismo masivo que cada vez más intensamente llega a la ciudad, especialmente desde la aparición de líneas aéreas low cost y la popularización de los cruceros.
Como nos contaba Josep Bohigas en el primer número de City Manager, al nuevo equipo de gobierno le espanta la imagen de Las Ramblas llenas de extranjeros borrachos vistiendo camisetas falsificadas del Barça y sombreros mexicanos fabricados en China comprados en tiendas de souvenirs donde no hace tanto se ubicaban pequeños negocios que daban servicio al barrio.
La desaparición de la cultura, la economía y los servicios locales y con ello la expulsión de los residentes de esos barrios que cada vez lo son menos para convertirse en decorados que ofrecer a los turistas, como se puede ver en el recomendable documental Bye Bye Barcelona de Eduardo Chibás, de libre acceso a través de YouTube. Muy presente en cada decisión del nuevo Ayuntamiento, el temor a Barcelona pueda acabar como Venecia.
El Síndrome de Venecia (The Venice Syndrome) Es el nombre de otro premiado documental, donde Andreas Pichler retrata las consecuencias de impulsar la industria del turismo hasta niveles tan extremos que expulsan a sus habitantes y artesanos, sustituyéndolos por falsos habitantes y falsos artesanos que los turistas puedan fotografiar, la experiencia de Venecia nos muestra los riesgos de potenciar un sector como el turismo por encima de todos los demás.
Venecia es de las pocas ciudades con una economía estable que no aumenta de población, si no todo lo contrario. Actualmente cuanta con 58.000 habitantes, un tercio de la población que tenía hace cincuenta años y la cifra se reduce una media de 1.000 habitantes cada año, el número de habitantes más bajo de la ciudad italiana desde la peste de 1438. En contraste, 22 millones de turistas la visitan cada año, y esta cifra, al contrario que la de residentes, aumenta constantemente (en los últimos 15 años, la llegada de turistas en crucero se ha multiplicado por 25)
Tanto World Monuments Found , como la UNESCO y otras muchas organizaciones han hecho reiteradas advertencias de que el modelo de ciudad que está siguiendo Venecia está poniendo en riesgo un patrimonio de la humanidad y si no se invierten las cifras, puede llegar el momento en que Venecia dejará de tener residente y quedará como un decorado, como un museo al aire libre vacío de alma, y es que, como sugería Bohigas, la parte más importante de la ciudad es la que se desarrolla desde las fachadas hacia el interior, su gente y su cultura, si nos olvidamos de eso podemos acabar con una “ciudad europea donde turistas chinos compran a otros chinos máscaras venecianas fabricadas también en China” en una espiral absurda donde los lobbies de tour operadores en connivencia con las autoridades obtienen grandes beneficios.
Efectivamente, lo que ocurre de las fachadas hacia dentro, en el espacio privado, resulta decisivo para el éxito o el colapso de una ciudad. No haber tenido excesivo control sobre ello ha disparado el precio del metro cuadrado en el centro de Venecia hasta los 12.000 €/ m2 (cuatro veces más que en el centro de Madrid)
Con esos números, si no eres propietario de una vivienda, estás condenado a instalarte en una de las ciudades dormitorio de los alrededores (como el caso de Mestre, con casi tres veces más población que la ciudad a la que da servicio).
Para los propietarios de inmuebles, el panorama no es mucho mejor, la altísima presión inmobiliaria y las demandas turísticas obligan transformar viviendas en hoteles y las panaderías, carnicerías, etc. en tiendas de suvenires. A los que se quedan, se les puede considerar activistas, ya que cada vez tienen menos vecinos a los que conozcan y sobre todo, menos posibilidades para hacer vida urbana.
Tiziana Terzi, una de esas activistas, explicaba en una entrevista al diario El País que “Cada vez que un anciano muere, también se muere un poco más Venecia, porque su lugar no será ocupado por un veneciano más joven, sino por un turista”.