La manera en la que se continúan las relaciones asimétricas es por medio de la normalización; en México, las desigualdades sociales, y en particular las de género (la OMS define estas últimas como las diferencias entre hombres y mujeres, que favorecen sistemáticamente a uno de los dos grupos) están naturalizadas en las comunidades, familias y en los individuos. En nuestro país, casi 80% de la población vive en metrópolis, éstas, sin duda alguna, no se viven ni se experimentan igual por los distintos colectivos o individuos. A partir del lugar en el que habitamos, el nivel educativo, sexo, edad y el estado civil, entre otras, estamos vulnerables a diferentes tipos de riesgos, específicamente a violencia e inseguridad.
La violencia es el máximo mecanismo de reproducción de todos los modos de opresión y desigualdad(1). Es un acto u omisión intencional, que transgrede un derecho, ocasiona un daño y reestructura una relación de poder. Específicamente la violencia de género surge de las desigualdades sociales entre hombres y mujeres(2). Permite la continuidad de la desigualdad entre ellos a partir de cierto grado de consentimiento de la sociedad y está presente en la vida de todas las mujeres en diferentes grados y modalidades; y con reconocimiento explícito o no, afecta sus vidas, decisiones, libertades y desarrollo.
VÍCTIMAS DE ACOSO. Las principales en el espacio público, tanto en la calle como en el transporte, son las jóvenes. En la Ciudad de México seis de cada diez mujeres ha vivido alguna agresión sexual en el transporte público.
ABARCA TODOS LOS SECTORES
La violencia de género no es una problemática única de las mujeres, sino del país en general, luego de implicar la limitación de oportunidades y desarrollo de poco más de la mitad de la población. Es un grave impedimento para el desarrollo y la convivencia de todos y todas, por lo que cualquier análisis sobre violencia debe reconocer la importancia de los mensajes culturales sobre roles y comportamientos de hombres y mujeres, así como las desventajas de estas últimas en términos de poder(3).
Las ciudades no son neutras de género, es decir, la planificación, la ubicación de los servicios y equipamientos, así como la provisión de transporte público en ciertas zonas o vialidades, beneficia a colectivos específicos que experimentan y viven las metrópolis de manera diferenciada. Históricamente la gestión urbana ha tendido a satisfacer las necesidades de actividades económicas y productivas, tradicionalmente hecha por varones.
Mujeres y niñas son vulnerables a más riesgos que hombres y niños a violencia, delincuencia, acoso y abuso sexual. Para ellas la inseguridad y violencia metropolitana son elementos que permean la calidad de vida, decisiones y oportunidades. Las actividades cotidianas, el acceso a empleos formales y de tiempo completo y el uso de espacios y transporte público por parte de este sector está estrechamente vinculado con la seguridad y la percepción de ella que se tenga. Esta diferenciación, junto con el reconocimiento de que la violencia en contra de mujeres se da en el contexto de la distribución desigual de poder, implica la necesidad de llevar a cabo acciones individuales y colectivas, enfatizando que la violencia en contra de las mujeres es una violación a sus derechos humanos y a su dignidad.
LIMITANTE DE LA MOVILIDAD
La agresión en la capital se vive de manera diferente por hombres y mujeres, del mismo modo los impactos que tiene tanto en las actividades de la vida cotidiana como en el acceso a los derechos humanos. Si bien las estadísticas señalan que existen más hombres jóvenes víctimas de comportamientos violentos, el miedo que tienen las mujeres a ser perjudicadas por los diferentes tipos de delitos es mayor, y se manifiesta de manera diversa al de los hombres; en el caso de las primeras, sus asesinatos casi siempre son cometidos por varones.
Por ejemplo, ellas muestran un mayor rechazo a los lugares aislados, lo que en muchas ocasiones reduce muchísimo su movilidad y genera un uso diferencial del espacio público. La inseguridad, en percepción o realidad, es un factor que limita la movilidad femenina y su acceso a oportunidades educativas, laborales o cultura- les; tiene grandes diferencias entre hombres y mujeres, debido al impacto a nivel colectivo e individual de delitos de carácter sexual, en los que la mayoría de los perpetuadores son hombres y un gran porcentaje de las víctimas son personas del sexo femenino.
Para nosotras, ciertas situaciones relacionadas con el diseño urbano, como estacionamientos, túneles, puentes, o callejones, nos provocan todos los días más inseguridad y miedo que a los hombres, sobre todo por temor a la agresión sexual y, por supuesto, al robo. Las usuarias de transporte público están expuestas a conductas invasivas del espacio corporal, llámese manoseos y acoso sexual.
Como tomadoras y tomadores de decisiones, así como habitantes de ciudades, tengamos presente que la violencia es una decisión. Necesitamos cambios sustanciales en la cultura para lograr el derecho de todas las mujeres y niñas a una vida libre de agresiones, y lograr que ser mujer deje de ser un riesgo. México tiene la obligación de garantizar a todos por igual estas condiciones de vida, y brindar espacios y posibilidades para el ejercicio de sus derechos con plena ciudadanía; esto contribuirá a consolidar ciudades más democráticas y mejorar el acceso y ejercicio de todos y todas a los derechos humanos.
VIOLENCIA A LA MUJER. Ésta adopta diversas formas: violencia en el hogar, violaciones, trata de mujeres y niñas, prostitución forzada en situaciones de conflicto armado (asesinatos, violaciones sistemáticas, esclavitud sexual y embarazo forzado), asesinatos por razones de honor, violencia por causa de la dote, infanticidio femenino y la selección prenatal del sexo del feto en favor de bebés masculinos, la mutilación genital femenina y otras prácticas y tradiciones perjudiciales. Fuente: UNIFEM, 2000.