La ciudad de México está en constante desplazamiento, es una entidad cuya memoria urbana se ha suturado y desfragmentado simultáneamente por capas, por arquitecturas y barrios, vecindades, colonias, centros urbanos, multifamiliares, suburbios y periferias emergentes.
Por Juan José Kochen > @kochenjj
En esta urbe, los puntos de referencia surgen y se borran al ritmo acelerado de generaciones compartidas; de fuerzas públicas y privadas y también de fenómenos naturales. Testigo de una historia que se ha superpuesto a sus antecesoras, se trata de una ciudad que se transforma con procesos aleatorios y con sus propias contradicciones. Se palpa una
Metrópoli vibrante, una capital cultural y cosmopolita pero a la vez contrastante y desafiante. En comparación con el resto de las ciudades mexicanas, ésta se extiende más allá de sus límites administrativos; un territorio de mil 500 kilómetros cuadrados que genera 30% del Producto Interno Bruto del país, aloja a más de 22 millones de personas, más de 78 mil empresas, 318 mercados, 238 universidades y 141 museos. ¿Cómo rehabitar una ciudad de tales características?
Rehabilitando espacios públicos
Recientemente se convocaron dos concursos –a cargo de la Secretaría de Desarrollo Urbano y Vivienda– para insertar un paseo y un parque lineal. Ganó una plaza arbolada y un bosque urbano. Tanto el histórico “Paseo Urbano Monumento a la Madre”, en la San Rafael y el cruce de Paseo de la Reforma y Av. Insurgentes, como los cuatro kilómetros del “Parque Lineal Ferrocarril de Cuernavaca” son proyectos contundentes para recuperar vacíos urbanos. Tal vez el mayor reto y tarea pendiente es encontrar las maneras en que ese vínculo entre los desplazamientos físicos y las transformaciones sociales permitan balances, aunque sean tentativos y temporales para producir una mejor metrópoli y mejores habitantes. La visión y producción de la ciudad es ya un diálogo de ida y vuelta. Es por esto que en estos planes de resiliencia urbana la arquitectura va más allá de la forma y se convierte en el catalizador de la vida colectiva para entonces protagonizar la apropiación y uso intensivo de la misma y sus partes (sistemas de actuación de cooperación). Un buen modo de ejercerla, de entenderla y practicarla, es recorriéndola y explorándola desde su arquitectura. El decorado urbano es tan móvil que no ofrece más que un mínimo anclaje al recuerdo. Nos imaginamos la ciudad como un cúmulo de construcciones que crece de manera más o menos imprevisible, recorrido por calles, que se despeja en las plazas o también como una malla de avenidas flanqueada de edificios en las afueras
y repleta de ellos en el centro. Lo advirtió Salvador Novo en 1946: “Toda ciudad moderna debe elegir uno de dos destinos posibles: o extinguirse y mantener intacta su arquitectura, o permanecer viva, transformándose y renovándose contantemente”. Hasta ahora la urbe ha trascendido con creces esta idea, manteniéndose viva, evitando la conversión de centros urbanos hechos museos o atracciones turísticas sin vida propia. ¿Hasta dónde se puede llevar la reconversión? Rehabitar va más allá que simplemente rehabilitar.
La propuesta incluye cuatro kilómetros de árboles y una secuencia en el tiempo de crecimiento de otras especies.