A diferencia de la informática, la industria de la construcción de edificios avanza lentamente.
Por Iván Valero > @ivanvalero_
Ya se cumplen 10 años desde que Steve Jobs hiciera la histórica presentación del primer iPhone, un teléfono que abría un campo de posibilidades infinito en el uso del internet fuera de los escritorios cuando los celulares podían hacer poco más que enviar y recibir correos electrónicos.
A partir de entonces, los teléfonos empezaron a ser smartphones y a llenarnos de información (clima, mapas, mensajes, opiniones de restaurantes…) y más importante aún, a generar otra (recorridos frecuentes, tendencias de consumo…) que las grandes corporaciones tecnológicas han aprendido a aprovechar para generar una publicidad más eficiente. Después de los smartphones llegaron las smartTV, las smartcities y, como no, los smartbuildings, y todos tienen algo en común: aprovechar las tecnologías para producir, cruzar e interpretar datos que cada vez son más abundantes y conseguir dar respuestas más eficientes, pero a la vez ser más independientes de la interacción humana, dando la apariencia de ser inteligentes.
A diferencia de la informática, las evoluciones tecnológicas se producen cada vez más rápido y llegan a cambiar conductas sociales, como la manera de comunicarnos (y lo seguirán haciendo cada vez más de un modo que hoy no somos capaces de imaginar) la industria de la construcción de edificios avanza muy lentamente. Si pensamos en cómo se construía hace 100 años, no es muy diferente, el último gran salto tecnológico sería la aparición del concreto armado, que sigue siendo la base de la construcción actual y data de finales del siglo XIX.
Si bien, en general, los edificios no han evolucionado tecnológicamente al ritmo de otras industrias, empiezan a aparecer en México algunas construcciones que buscan asentar el concepto de smartbuilding.
Son escasos y es un campo restringido casi exclusivamente a las corporaciones privadas, que disponen de los recursos para invertir en ese salto de calidad, pero que también buscan un retorno a medio plazo de esa inteligencia artificial.
CUATRO CARACTERÍSITCAS
Al igual que las primeras apps los primeros saltos tecnológicos en los edificios buscan replicar las funciones que ya existen, como los controles de acceso biométricos para sustituir las fechas de entrada y salida, o las revisiones de credenciales en los vestíbulos, o evitar tener que estar ajustando el clima en función de la sensación de frío o calor con sensores de temperatura.
Pero eso es sólo el principio, si nos basamos en los informes de Building Efciency Initiative, impulsada por el World Resources Institute (WRI), podemos identifcarcuatro características que requieren los edifcios inteligentes, y todas ellas vinculadas a la conectividad.
- La primera es la conectividad entre todos los sistemas del edificio. Los de seguridad o de clima que explicábamos anteriormente se suman a otros muchos que controlan diferentes áreas, pero es fundamental que también estén conectados entre ellos y que éste sea capaz, por ejemplo, de apagar la luces cuando el sistema de control de accesos detecte que ya no hay personas dentro.
- La segunda involucra la conectividad entre personas y tecnología. Y es que resulta, que por muy smart que los llamemos, por lo menos al día de hoy, la tecnología más sofisticada requiere de personas que la hagan funcionar y que imaginen nuevos usos, por lo tanto un edificio será más inteligente cuanto más vincule sus tecnologías a las personas que lo habitan y, por tanto,
potencie la inteligencia de éstas. - La tercera se refiere a la conexión de datos centralizada. Tener un “cerebro” que sea capaz de recopilar todos los datos del edificio y utilizarlos para ser más eficiente y realizar mantenimientos preventivos ante cualquier pequeño fallo y minimizar el impacto.
- La cuarta es la conectividad con el ambiente. Los edificios se ubican en un contexto climático concreto y adaptarse a él para maximizar las posibilidades que ofrece hará mucho más eficiente el funcionamiento interior y el consumo energético, lo que se traduce en menores emisiones a ese entorno.
Todas ellas también deben plantearse con una conexión hacia el futuro, y permitir ir implementando tecnologías que no podemos saber cómo serán, pero estamos seguros que cada vez tendrán más impacto en nuestra vida cotidiana y la de nuestros edificios y ciudades.
Si pensamos en que en 10 años los teléfonos han pasado de enviar correos electrónicos a todo lo que nos aportan hoy, ¿cómo será la tecnología dentro de otros 10 y cómo condicionará el diseño de los
próximos edificios inteligentes?